jueves, 9 de junio de 2016

CONVERGENCIA REGIONAL PARA EL FUTURO: UN PARTIDO “EMPRENDEDOR”.

Alejandro Suárez amaneció contento y muy temprano el día que empezó su tercera campaña para ser alcalde del distrito de San Lorenzo, Provincia de Cutervo, en Cajamarca. Las campañas anteriores habían sido largas y extenuantes recorriendo los lugares de regadío y labranza, y los espacios en que se dejaba pasar el día a las vacas, conversando con la gente que trabaja la tierra. Alejandro quiso siempre ocupar un puesto público. De pequeño escuchó muchas veces las historias contadas por sus padres, tíos y abuelos sobre unas tierras que habían sido propiedad de la familia en Cajamarca y que fueron expropiadas por el gobierno de Velasco en el tiempo de la reforma agraria. Cuando oía hablar de esas tierras, le hervía la sangre y se juraba a sí mismo recuperar las tierras de la familia y entregárselas nuevamente a su abuelo Julián Suárez, “como había sido siempre”, como repetía siempre el viejo Julián. Cuando acabó la secundaria, la familia pasaba por un mal momento económico a consecuencia de la nueva economía de los 90. Logró estudiar en Cutervo una carrera técnica ligada a la agronomía como para cuidar del pequeño negocio familiar que sostenía a la familia. No pasó mucho tiempo sin que se interesara nuevamente por la política. Con unos amigos, en el año 2001, fundó el movimiento independiente Nuevo Amanecer para postular a la alcaldía de San Lorenzo. Tuvo que hacer cuyadas y reuniones a las que comprometía a sus parientes y amigos para obtener fondos para la campaña. Recién se daba a conocer y postuló por primera vez. Perdió por lejos. Tras las elecciones, se desmoralizó por los resultados pero sus amigos le mantuvieron la llama encendida y le invitaban a postular otra vez. El 2005 renació Nuevo Amanecer para postular nuevamente a la alcaldía. Esta vez sus amigos convertidos en colaboradores hicieron rifas y reunieron una cantidad importante de dinero antes de comenzar la campaña. “Ustedes son las bases de Nuevo Amanecer”, les decía siempre Alejandro. La campaña fue más fuerte ya que competía con otros candidatos que ya había postulado antes a la alcaldía y eran viejos zorros del distrito. Alejandro se comprometió con todo lo que tenía para ganar la alcaldía e invirtió dinero del negocio familiar incluso. Volanteó por el distrito y alrededores, visitó nuevamente a los votantes recorriendo caminos y trochas, bajo sol y algunas lluvias. Llevó juguetes para los niños en julio y los repartió casa por casa. Se endeudó con el Banco de Crédito que le ofreció un préstamo personal para sostener la campaña. Cuando terminaron las elecciones, no tenía dónde caer muerto. Además de cansado, estaba sobreendeudado. Los viejos políticos del pueblo se aliaron y prometieron y regalaron más, tenían mejores contactos y ganaron la elección. Alejandro quedó tercero en la votación pero con una diferencia grande con respecto al ganador.

Durante la campaña 2005, llegaron al pueblo dos personas, Yesenia Morales y Juan Crisóstomo, que se hospedaron en casa de una vecina de Alejandro. Nadie lo sabía pero ellos venían a observar las elecciones como parte de Convergencia Regional por el Futuro, un movimiento regional que lidera el ingeniero Arturo Gálvez, presidente regional de La Libertad. Unos días después de la votación, hubo una fiesta y en ella Yesenia y Juan conocieron a Alejandro.   

-          Somos parte de Convergencia Regional para el Futuro, de Arturo Gálvez, y hemos venido a San Lorenzo a por las elecciones municipales. Hemos visto lo que has hecho y nos gusta cómo trabajas. Queremos proponerte que trabajes con nosotros como operador distrital –dijo Yesenia–.

Alejandro aceptó aunque se preguntaba qué tendría que hacer. Días más tarde, Yesenia y José se marcharon pero le dejaron dicho que se comunicarían con él dentro de poco para decirle qué tendría que hacer. “Seguramente te invitaremos a una reunión a Trujillo”, le dijo José. Así fue. Un mes más tarde, llegó a su casa una invitación para una semana de trabajo en Trujillo a la que asistiría el ingeniero Gálvez, presidente regional. Con curiosidad viajó Alejandro. Los primeros dos días fueron reuniones de camaradería e ideales para conocer personas. El tercer día era el cierre del evento con una cena en instalaciones del Gobierno Regional. Durante la cena show, el ingeniero Gálvez se paseaba por las mesas y cuando llegó a la mesa de Alejandro, el ingeniero venía acompañado de Yesenia. Ella los presentó y le habló al oído al ingeniero. Gálvez le dijo:

-          La señorita Morales me ha hablado muy bien de ti, Alejandro. Te voy a proponer algo que nadie te ha dado. Tú siempre quisiste ser profesional: te voy a dar beca completa para que estudies ingeniería civil en nuestra Universidad José Santos Chocano. Quiero que te prepares para que trabajes en cosas importantes con nosotros.    

Alejandro se puso a estudiar. Y como operador distrital de Convergencia Regional, en tiempo de vacaciones, viajaba a San Lorenzo a visitar a la familia pero también para conocer los problemas del distrito. Alejandro se dio cuenta que no todos tenían agua potable en San Lorenzo. Él se lo comunicó a los operadores de política de Convergencia. Dos años más tarde, el todavía estudiante de ingeniería civil se puso a la cabeza de una campaña para terminar de dotar de agua potable a todo el distrito. Convergencia Regional puso a disposición de la obra a un ingeniero civil, dos capataces y veinte obreros. Alejandro fue el asistente del ingeniero y le acompañó durante toda la obra. Cuando terminó la obra, a Alejandro ya lo conocía todo el pueblo. Alejandro se dio el lujo de invitar al alcalde de San Lorenzo a la inauguración del agua potable. Y empezaron a llegar personas a su casa que le contaban sus problemas y necesidades. Entonces era el momento esperado por él: abrió en su casa el local de Convergencia Regional. “Lo que ni los alcaldes lograron hacer lo has hecho tú”, le decía la gente cuando caminaba por las calles. Y sus amigos y nuevos colaboradores solo esperaron las siguientes elecciones para lanzarlo a la alcaldía. En las siguientes vacaciones fue mapeando el distrito enterándose de qué necesidades había y siguió repartiendo juguetes en julio y diciembre pero sin poner mucho dinero suyo ni de sus amigos. Ahora el apoyo económico lo ponía Convergencia Regional a través de los fondos donados por la Universidad José Santos Chocano. Alejandro terminó ingeniería en el plazo esperado y ya como ingeniero se lanzó por tercera vez a la alcaldía de San Lorenzo. No prometió absolutamente nada en su campaña electoral. Y ganó por lejos y a nadie sorprendió.


Miguel Ángel Ruiz

Ciudadanía y participación ciudadana en el Perú

REMY, María Isabel (2005) Los múltiples campos de la participación ciudadana en el Perú: un reconocimiento del terreno y algunas reflexiones. Lima: Instituto de Estudios Peruanos. pp. 13 – 16, 32 – 34, 57 – 59, 116 – 118, 148 – 149, 153 – 156.

La participación ciudadana en el Perú parece concitar grandes consensos. Prácticamente en toda dependencia pública existe una oficina de participación ciudadana. (…)

Se espera que la participación ciudadana produzca nuevos vínculos entre la sociedad y el Estado, insuficientemente producidos por la representación política. Correas de transmisión directas entre las demandas e iniciativas de la sociedad y las políticas públicas, generarían estabilidad, evitarían conflictos y garantizarían la gobernabilidad democrática, que no logra garantizar un debilitado sistema de partidos políticos.

Una gama tan amplia, difusa y extensa de mecanismos de participación ciudadana (…) esconde, sin embargo, realidades muy diversas, composiciones múltiples, maneras muy distintas en que la sociedad se involucra en decisiones públicas y, sobre todo, efectos muy diferentes en ellas. Todas se reconocen bajo un mismo nombre, participación ciudadana y tienen en común el ser mecanismos a través de los cuales los ciudadanos inciden o buscan incidir en las decisiones públicas sin la mediación de los partidos políticos.

Definido así, el campo de la participación ciudadana es efectivamente muy amplio; tanto que no hay razón para incluir solo mecanismos institucionalizados y es necesario considerar también los casos en que, por fuera de los mecanismos que definen las leyes o normas de todo nivel de gobierno, los ciudadanos toman la iniciativa de incidir en las políticas públicas. Efectivamente, hay también una participación conflictiva. De hecho, a pesar de la nube de instancias institucionalizadas de participación ciudadana en el país, es claro que uno de los mecanismos más eficaces que tienen los ciudadanos para lograr decisiones del Estado a su favor, es la protesta, y mientras más violenta, más eficaz. Los mecanismos no institucionalizados evidencian los límites de los mecanismos institucionalizados.
(…)
Dos criterios resultan útiles para delimitar campos de participación ciudadana en el país; los cuatro campos o modos que delimitan parecen efectivamente asociarse a estrategias de acción colectiva diferentes (…). Un criterio consiste en verificar si se trata o no de mecanismos institucionalizados, formalizados por leyes o normas; el otro refiere al tipo de acción de que se trata; es decir, si estamos ante mecanismos de diálogo con las autoridades o si se trata de modos de participación en los que los ciudadanos obligan a las autoridades a tomar determinadas decisiones. El cruce de ambos criterios nos permite el siguiente cuadro:


Institucionalizados
No institucionalizados

I
Ley 26300: Mecanismos de democracia directa
II
Protestas y
movimientos sociales
DIÁLOGO CON AUTORIDADES (propuestas)
III
Consejos de concertación; mesas de lucha contra la pobreza; CCL
IV
Propuestas, incidencia

1. Participación por iniciativa: el espacio de la democracia directa 

 La participación ciudadana es un derecho constitucional. A diferencia de otros mecanismos de participación, estamos aquí ante normas universales en las que el sujeto de derecho son todos los ciudadanos organizados o no, y el ejercicio de participación es directo; no está mediado; no se ejerce a través de representantes. El sujeto de la participación no es la sociedad civil, es el ciudadano; el portador de un Documento Nacional de Identidad. (…) La Constitución vigente de 1993 no solo incorpora el tradicional derecho de participación de los ciudadanos en la elección de sus autoridades y representantes, sino amplía la participación a un conjunto de mecanismos de democracia directa. La participación aquí corresponde también al marco de derechos, formalizados, institucionalizados, universales, e incluso definidos constitucionalmente como derechos fundamentales (al mismo nivel que el derecho a la vida, a la libertad, a la libre expresión) y como derechos políticos en todos los niveles de gobierno. Así, es constitucional el derecho “a participar en los asuntos públicos mediante referéndum; iniciativa legislativa; remoción o revocación de autoridades y demanda de rendición de cuentas. También tienen derecho de ser elegidos y de elegir libremente a sus representantes” (Artículo 31 de la Constitución de 1993). Como desarrollo constitucional de estos nuevos derechos políticos, el 18 de abril de 1994 se promulgó la Ley 26300, denominada “Ley de derechos de participación y control ciudadanos”. Esta incorpora por primera vez el derecho de los ciudadanos a intervenir, aún en contra de sus representantes, en la iniciativa y aprobación de leyes y reformas constitucionales; es decir, son los derechos de participación (iniciativa de reforma constitucional; referéndum e iniciativa en la formación de leyes o dispositivos municipales y regionales). También inaugura los derechos de control sobre las autoridades: la ciudadanía puede determinar la remoción de una autoridad nombrada por el Ejecutivo y, sobre todo, puede revocar el mandato de una autoridad electa (solo a nivel local o regional). Participar, pues, ya no constituye solo una respuesta ciudadana a una convocatoria estatal. Más allá del control de las élites políticas, los ciudadanos pueden tomar iniciativas. Así, la ley constituye una garantía básica; permite a los ciudadanos alterar el resultado de su propia participación en elecciones y corregir las acciones o decisiones de sus representantes electos. 

 2. La participación por invitación: instancias de participación en órganos de política sectorial y social 

 Estos mecanismos de participación, a diferencia de los que vimos en la sección 1, no están ante marcos institucionales que posibilitan iniciativas ciudadanas, sino ante espacios donde el órgano de gobierno invita, convoca, a la participación ciudadana. La segunda diferencia básica es que los ciudadanos participan en tanto están organizados, a través de sus representantes. (…) Quienes inauguraron este tipo de mecanismos de participación por invitación, fueron algunos gobiernos locales de la década de 1980 y las experiencias se multiplicaron en la de 1990. En esos mismos años, en el otro extremo del espectro político, el gobierno de Fujimori empezaba también la implementación de los fondos y programas de política social presentados como procesos participativos. Pero el boom de la participación ciudadana como incorporación de “representantes de la sociedad civil” en muchos niveles y toda suerte de comisiones y programas públicos es una innovación del gobierno de transición de Valentín Paniagua. (…) Desde entonces, prácticamente todos los niveles de gobierno, de manera más o menos formalizada con instrumentos legales de mayor o menos nivel, abren espacios en los que los representantes de organizaciones de diverso tipo de la sociedad, discuten y eventualmente elaboran conjuntamente con los responsables de las políticas públicas las orientaciones de la acción pública sectorial o territorial. 

 3. La participación ciudadana en el gobierno local: de las múltiples iniciativas a un nuevo marco institucional 

 La reunión de los vecinos con el alcalde, el “cabildo”, es tan antiguo como la propia institución del gobierno local, la municipalidad; el gobierno democrático antes de la formalización de la democracia. (…) La Ley Orgánica de Municipalidades de 1984, que establece por primera vez su carácter de órganos de gobierno con autonomía en sus atribuciones, contiene un título completo dedicado a la “participación de la comunidad” que incluye el derecho de petición, la creación (por iniciativa del concejo municipal) de comités vecinales como órganos de consulta, y las juntas de vecinos como órganos de supervisión de los servicios. Está normada en ella igualmente la obligatoriedad del concejo de informar periódicamente a los vecinos de la marcha de los asuntos comunales y del estado de la economía municipal, así como la posibilidad de convocar a cabildos abiertos en las localidades pequeñas, o consultas masivas sobre diversos temas de gestión municipal. Todos estos mecanismos de participación, salvo el derecho de petición y de recibir información, eran, sin embargo, discrecionales. Pero serían los nuevos alcaldes de Izquierda Unida, expresivos de las presiones por inclusión de los sectores populares, quienes, yendo más allá del dispositivo legal, inventarían mecanismos de consulta y participación ciudadana. Una primera innovación por fuera de la ley, en la mayoría de los casos, no crean organizaciones como las establecidas por la ley (comités vecinales o juntas de vecinos), sino convocan a las organizaciones populares existentes, en muchos casos, organizaciones de sectores populares que había sido el sustento del trabajo político de la izquierda. 

4. Participación conflictiva: protestas y movimientos sociales 

 Alberto Fujimori había gobernado durante dos periodos y logrado poner en marcha un programa de ajuste estructural altamente regresivo, sin enfrentar protestas o movimientos sociales. Había abierto espacios institucionales para la acción colectiva a través de la ley de participación y control que, sin que fuera utilizada por los ciudadanos, permitía discursivamente canales directos con el poder, dejando de lado la mediación de los partidos políticos. Había puesto en marcha y afinado un sistema de clientela política, creado organizaciones de base subordinadas a los organismos públicos de gestión de políticas sociales y fondos de inversión social, eliminando la mediación de las organizaciones gremiales y debilitándolas. Había montado un sólido aparato de represión e inteligencia militar y controlado el Poder Judicial –en el contexto de la lucha antiterrorista- que disuadía (o eliminaba) potenciales liderazgos opositores. 

Había centralizado el poder como nunca: eliminó los gobiernos regionales, debilitó los gobiernos provinciales apoyando los distritales, instauró la discrecionalidad personal como criterio de utilización de fondos públicos y eliminó mediaciones políticas y sociales. Con todo ello, limitó los recursos organizativos para la acción colectiva de opositores o disconformes; hizo más costosa, incrementando los riesgos represivos, la protesta y, sobre todo, mostró un Estado fuerte, sin fisuras, dispuesto a reprimir, a corromper parlamentarios y jueces y a cerrar espacios abiertos por él mismo cuando existía el riesgo de que se utilizaran en contra de sus proyectos. Y, sin embargo, Alberto Fujimori es prácticamente el único gobernante del Perú del siglo XX que cayó por el contexto creado por el movimiento social contra su régimen. (…) Las elecciones del año 2000 fueron la oportunidad política para la expresión de las muchas protestas que progresivamente fueron coordinándose, integrando a nuevos sectores descontentos, provocando crecientes conflictos y divisiones al interior de la élite gobernante y encontrando importantes aliados internacionales. El movimiento social desencadena la sucesión de acontecimientos que acaba con el régimen. (…) Un elemento que nos permite acercarnos a comprender por qué las personas descontentas en el país buscan incidir en las políticas públicas recurriendo a la protesta, a actos disruptivos frecuentemente violentos en vez de procesar sus demandas a través de mecanismos institucionalizados de participación ciudadana, son las dificultades de representación de la sociedad. Para participar hay que estar organizado. La cuestión de la crisis de representatividad en el país ha sido antes abordada. Solo nos interesa resaltar que el sistema de representación social a través de gremios había construido su eficacia en relación a un desarrollo empresarial asociado a políticas de industrialización sustitutiva y a un Estado fuertemente interventor sobre la economía. Ambos entran en crisis finales de la década de 1970, colapsan con el gobierno de Alan García y se liquidan en el proceso de ajuste estructural. Los gremios nacionales, de obreros, de empleados (como la Federación de Empleados bancarios) o de campesinos van quedando poco a poco sin interlocutores, sin demandas claras y unificadas y, finalmente, sin capacidad de articular intereses de una población cada vez más individualizada, sin referentes colectivos, más sujeta a su iniciativa, sus recursos y sus vínculos primarios para enfrentar la sobrevivencia cotidiana. A ello hay que agregar que, en el proceso de violencia política, muchos dirigentes de organizaciones sociales, de alto nivel como Saúl Cantoral, de la Confederación Nacional Agraria, o Pedro Huilca, secretario general de la Federación Nacional de Trabajadores Mineros y Metalúrgicos, pero sobre todo de nivel intermedio, fueron asesinados, tanto por Sendero Luminoso que los consideraba una traba para su avance, como por las fuerzas del Estado que aprovecharon el contexto de lucha antisubversiva para atacar también liderazgos gremiales u opositores de izquierda. Sin marcos organizativos ni unidad de objetivos, el ciclo actual de protestas sociales se caracteriza por el estallido, por lo general imprevisible, de protestas múltiples, dispersas, diversas, cuya capacidad de ejercer presión (de ser visibles, de exigir atención) se sustenta menos en su organicidad, masividad y extensión nacional, cuanto en el grado de violencia (o la capacidad de alterar el orden) que son capaces de ejercer, así como a la capacidad de resistir o responder a la violenta represión policial. 

Sin actos de violencia, sin causar algún problema (interrumpir un acceso a la capital en horas punta, el tráfico de una carretera, tomar un aeropuerto o incendiar un local público) que suscite una respuesta violenta del Estado, no son noticia. Las manifestaciones públicas, las marchas, los “plantones” a los que recurrían los estudiantes para protestar contra el autoritarismo de Fujimori, o las acciones originales y llenas de simbolismo como “lava la bandera”, ceden a acciones colectivas de alta conflictividad. (…) Simultáneamente, las protestas son relativamente imprevisibles. Ninguna organización nacional ha levantado las demandas en un pliego, iniciado negociaciones, amenazado con una medida de fuerza y, finalmente, convocado la movilización. Simplemente, el descontento estalla violentamente ante alguna medida desacertada o por las condiciones del contexto local. Su “estallido” altera cualquier planificación estatal. Las propias organizaciones que aparecen conduciendo las protestas son, en la mayoría de los casos, precarias plataformas (sumas de pequeñas organizaciones) u organizaciones preexistentes, como muchos frentes regionales, pero sin vida orgánica significativa, hasta que resultan funcionales al descontento social, cumplen roles importantes en una lucha (organización, piquetes, conferencia de prensa), para luego prácticamente desaparecer, sin capacidad de volver a convocar una movilización ni, sobre todo, un claro mandato de negociación ulterior. Así, lo que pueda conseguir la protesta, lo conseguirá si tiene fuerza para mantener la medida de lucha “hasta las últimas consecuencias”. Éxito o derrota. 

Éxito en muchos casos. Pero, tras la apertura violenta de la agenda, no se consolidan organizaciones estables que canalicen nuevas demandas a través de mecanismos institucionalizados. El recurso a la violencia resulta siendo no solo más eficiente para incidir en políticas públicas, sino también más adaptado a sectores con escasos recursos organizativos, mal representados (o no representados) por élites sociales incorporadas en instancias de participación y concertación de políticas públicas. En el alto nivel de dispersión actual, estos sectores son absolutamente mayoritarios. Las protestas violentas se extienden. 

La consideración del otro como individuo dialógico

LASTRE DIVERSIDAD, O VENTAJA, CIUDADANÍA INTERCULTURAL.

 El Perú es una sociedad cuya diversidad cultural y cuyo Estado debe generar ciudadanía intercultural; esto es, ciu¬dadanas y ciudadanos que puedan afrontar la diversidad cultural de modo adecuado, respetando y considerando como igualmente valiosas todas las culturas, etnias y re-ligiones que conviven en el territorio. En otras palabras, la sociedad alberga una profunda y compleja diversidad cultural, el Estado debe reconocerla y en perspectiva con¬vertirse en intercultural y las ciudadanas y ciudadanos in¬terculturales son quienes deben sostenerlo. La intercultu¬ralidad es, pues, una práctica de respeto y valoración de nuestras Dialogar con los diferentes sin considerarlos menos valiosos no es una tarea fácil. Históricamente hemos vi¬vido en un país que no promovía esa actitud. Esto refleja que de forma espontánea no tendemos al conocimien¬to por el diferente. Para muestra, un diputado por Puno presentó un Proyecto de Ley en 1900 para promover el exterminio de la raza aborigen y en 1930, el educador y filósofo, Alejandro O. Deustua escribió: “el Perú debe su desgracia a esa raza indígena, que en su disolución psíqui¬ca no ha podido transmitir al mestizaje las virtudes de las razas en períodos de progreso... EI indio no es ni puede ser sino una máquina” (Degregori 2004).
 Extraído de la siguiente publicación: Enfoque Intercultural Aportes Para la Gestión Pública, Ministerio de Cultura, Elaboración de contenidos Liuba Kogan, Colaboradores Pablo Sandoval, José Carlos Agüero, Impresión en Estación de la Cultura SAC Las Musas 291 San Borja Diferencias. 

 Si bien es cierto que el Perú de hoy no es el mismo que a inicios del siglo xx, aún arrastramos estereotipos, prejuicios y representaciones racistas que están profunda¬mente arraigados. Es necesario hacer un esfuerzo especial para identificarlos y evitarlos. En palabras del filósofo canadiense, Will Kymlicka: “… un ciudadano intercultural es alguien que no sólo apoya los principios de un Estado multicultural, sino que también demuestra todo un rango de actitudes personales positivas hacia la diversidad. En particular, es alguien que es curioso en vez de temeroso con respecto a otras culturas y personas; alguien que está abierto a aprender de otros esti¬los de vida, y dispuesto a considerar cómo se ven las cosas desde el punto de vista de otra gente en vez de asumir su perspectiva o modo de vida heredado como superior, al¬guien que se siente cómodo interactuando con personas de diferentes ambientes…” (Kymlicka 2003: 21). El ciudadano y la ciudadana intercultural es capaz de dialogar con otros ciudadanos y ciudadanas que provie¬nen de culturas diferentes, que hablen lenguas diferentes o tengan diversas religiones, considerando sus perspectivas de vida tan valiosas como las propias. Es importante resal¬tar que no es necesario conocer en profundidad la cultura del otro, ni siquiera compartir su mismo punto de vista. Lo fundamental y necesario es poder entablar el diálogo en condición de igualdad. El Estado intercultural debe promover la práctica in¬tercultural en sus ciudadanas y ciudadanos e incluir de manera especial a los servidores públicos. Finalmente, la diversidad cultural debe ser vista —desde una perspectiva intercultural— como una oportunidad de desarrollo en tanto disponemos de un acervo importante de creencias, imaginarios, saberes, prácticas y formas de afrontar los re¬tos de la vida cotidiana. Sin embargo, las maneras de conjugar la relación en¬tre el Estado intercultural y las ciudadanías interculturales no siempre resulta una tarea sencilla. Muchas veces nos podemos encontrar con prácticas culturales que van en contra de la cultura oficial o instituciones sociales que no logran generar ciudadanos interculturales o que el Estado no atienda de modo efectivo a los diferentes grupos cul¬turales omitiendo sus necesidades particulares. Si bien existen múltiples definiciones, considerare¬mos a la cultura como el conjunto aprendido de formas de pensar, sentir y hacer, que comparte un grupo social. Por ello, la cultura más que expresar pureza o ser totalidades significativamente discretas, representa una guía u hoja de ruta para la vida. Nos ofrece valores, conocimientos, tradiciones, costum¬bres, símbolos y normas, entre otros, con los cuales enfrentar la vida y darle sentido. La cultura no es es¬tática: es más adecuado, entonces, entenderla como un proceso que va cambiando a través de la interac¬ción entre los miembros del grupo que la compar¬te, de tal forma que la mantienen viva. Al respecto, sostiene Seyla Benhabib (2006) que “las culturas son complejas prácticas humanas de significación y representación, organización y atribución, frac¬cionadas en el interior mismo de narraciones en conflicto, que se constituyen a través de complejos diálogos con otras culturas”. Reconocimiento La diversidad cultural, característica de la sociedad peruana, implica la vigencia de múltiples identidades socioculturales, las que, más que un cuadro de diferenciación tajante entre mayorías y minorías o de grupos poblacionales específicos, conforman un escenario en el que se entrelazan de manera dinámica, interdependiente y desigual. El Perú representa un caleidoscopio de culturas e identidades de distinta rai¬gambre, que comparten formas de pertenencia e intensos procesos de intercambio, diálogo, conflicto y negociación. Esta forma de coexistencia sumamente dinámica ocurre en condiciones de fuerte desigualdad y predominio de formas de discriminación de larga data, arraigadas en la dinámi¬ca social, tales como el racismo o las múltiples formas de discriminación por razones de origen social, género, color, procedencia geográfica, etc., fuertemente tramadas con las categorizaciones raciales. En tal contexto, las demandas de respeto a los dere¬chos básicos, entre ellos los de tipo cultural, son al mismo tiempo fuertes reclamos de reconocimiento en el ámbito público; es decir, demandas de visibilidad como miembros de una comunidad política amplia y, por tanto, con igual-dad de pertenencia, derechos, deberes y oportunidades. “La política de la identidad y la política de la diferencia se ven afectadas por la paradoja de querer preservar la pureza de lo impuro, la inmutabilidad de lo histórico y el carácter fundamental de lo contingente” (Benhabib 2006: 37). Se trata, entonces, de demandas de reconocimiento que entrelazan de manera compleja las nociones de perte¬nencia, igualdad y diferencia (Fraser 1997). De esa manera, ocurre que las aspiraciones de amplios sectores poblaciona¬les —indígenas y no indígenas— que buscan ser conside¬rados efectivamente como peruanas y peruanos de pleno derecho, van de la mano con el afán de ser reconocidos, al mismo tiempo, como poseedores de sus propias lenguas y culturas. El horizonte y anhelo de igualdad se entrecruza en el Perú con fuertes demandas de reconocimiento a las diferencias, debido a un largo orden de dominación y des¬precio de raíces coloniales y republicanas. Por tanto, diseñar y ejecutar políticas públicas inter¬culturales en una sociedad como la nuestra implica aten¬der al mismo tiempo las demandas de respeto a las ya mencionadas diferencias, junto a demandas por igualdad y pertenencia plena a lo nacional o peruano. Más que políticas restringidas y aisladas de acción afirmativa, se requiere también amplios procesos de con¬cientización y reconocimiento mutuo, que permitan en un sentido intercultural avanzar hacia una ciudadanía ple¬na y múltiple. Por ello, las políticas públicas de intercultu¬ralidad no deben restringirse a poblaciones específicas o minoritarias; por el contrario, deben partir del conjunto a fin de focalizarse en un segundo momento en ámbitos, sectores o grupos sociales específicos, desde un enfoque diferencial. El reconocimiento de la pertenencia común a lo peruano, en condiciones de plena igualdad, consiste en una vía que permite también establecer formas de respeto y valoración de la diversidad cultural, incluyendo mani¬festaciones específicas de algunos sectores. En consecuen¬cia, reconocimiento e igualdad en la diferencia implican mecanismos de avance hacia la consolidación de una sociedad de ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho, donde la diversidad cultural sea la fuente de la solidaridad y cercanía más que una marca de distancia, desigualdad y discriminación. 

 ACTITUDES LINGÜÍSTICAS Y FORMACIÓN DOCENTE

 1. LAS ACTITUDES LINGUÍSTICAS 
Las actitudes lingüísticas son comportamientos de los hablantes respecto de las lenguas, sus variedades y de los usuarios de estas variedades y lenguas (García 1999). De este modo, los hablantes pueden tener una actitud positiva o negativa hacia la lengua que usan y de manera similar pueden tener actitudes positivas o negativas respecto de otras lenguas y de otras variedades de una misma lengua, habladas unas y otras en el entorno de estos hablantes. 

1.1. PROBLEMA: INCOMPRENSIÓN DE NUESTRA REALIDAD MULTILINGÜE 
Nadie duda de la existencia del multilingüismo en el Perú. Vivir inmerso en esta realidad implica comprenderla; y parte de esta comprensión supone saber convivir con las personas que hablan lenguas amerindias. Eso quiere decir que estos últimos no deben ser vistos como sujetos a los cuales hay que asistir compasivamente o, caso contrario, segregar. Comprender dicha realidad significa también comprender cualquier manifestación de bilingüismo, puesto que ello deriva del plurilingüismo. Esto no ocurre en nuestro país, pues de manera recurrente quienes hablan alguna lengua amerindia son objeto de una consideración y trato diferentes por parte de los castellanohablantes maternos. Esta consideración distinta oscila entre la discriminación abierta, en un extremo, y la compasión, en el otro. Así, por ejemplo, el bilingüe incipiente quechua-castellano o aimara-castellano es discriminado por su manera de pronunciar en la lengua meta (castellano) determinadas palabras en las que se presentan los fonemas /i/, /e/ por un lado, y /o/, /u/ por otro. Estas mismas actitudes se repiten si el bilingüe produce discordancias como las que se presentan en “tengo una grave problema” o “esa tema no está en la agenda”. Uno de los últimos casos que tuvo repercusión en nuestro país fue aquel en el que se comprometió a la congresista Hilaria Supa Huamán. 

El 23 de abril de 2009, en el titular de portada del diario limeño Correo se leía “¡Qué nivel!” y en el subtítulo, “Urge Coquito para Congresista Supa”. Allí mismo se presentaba la fotografía de la Congresista registrando notas en una libreta. En las páginas 12 y 13 de esa misma edición aparecían publicados los apuntes de la congresista Supa: “Jueves De abril 16-2009 Pleno Del congreso Dela rePoBleca si discotio lasituasion de Brai ovo Muchas ParticiPasion custo (...) No Presencia Del preme menistro (...) subre Bray subre atentado (...) pindio el pleno”. En su editorial, Aldo Mariátegui, director de este diario, escribía: “Pongo el parche... No nos anima ningún ánimo peyorativo, excluyente, racista, clasista, costeñista, anti-indigenista, etc. contra la congresista humalista Hilaria Supa. Esto que quede claro, pues lo políticamente correcto se está volviendo asfixiante en nuestro país. Y que quede claro también que más bien nos provoca pena que esta humilde mujer tenga esas carencias y no queremos hacer ninguna befa con ello. Pero no se puede pagar más de S/. 20 mil al mes y darle tanto poder y responsabilidades a quienes no están mínimamente iluminados por las luces de la cultura. Pues aquí lo que se pone realmente en debate es si es sano para el país que pueda acceder al Congreso alguien con un nivel cultural tan bajo, cuya ortografía y gramática revelan serias carencias y sin aparente ánimo de enmienda, porque no me digan que no es evidente que Supa rara vez agarra un libro, ya que está probado que la gente que lee poco es la que peor escribe al estar menos familiarizada con las reglas más elementales de redacción. Nadie pide que cada congresista sea una Martha Hildebrandt, pero, por Dios, tampoco pueden escribir peor que un niño de ocho años. Y es indiscutible que una persona con una instrucción tan, digamos, elemental -siendo generosos- poco puede aportar en la elaboración de leyes, en la fiscalización de casos complejos, en la reflexión diaria de hacia dónde debe ir la nave del Estado... Una persona así posiblemente sólo se va a limitar a repetir lugares comunes, a oponerse a todo sólo por oponerse, a estar a la defensiva ante cualquier idea nueva, a ser prejuiciosa, a buscar llamar la atención mediante el escándalo antes que por la excelencia de sus iniciativas, a descalificar al adversario con el eterno recurso de victimizarse, a ser agresiva... Lamentablemente, todo lo anterior ha caracterizado a la congresista Supa y estoy seguro de que su respuesta consistirá en acusarnos de ser nazis y hacerse la víctima. No estamos en contra de que las personas elijan a congresistas con quienes se identifiquen, pero tampoco se puede ir a extremos y menos dejar de lado el mérito académico y la preparación. Por eso el voto debe ser voluntario y además debe haber requisitos extras para ser congresista, como grado universitario (aunque... ¿cómo escribirá la congresista humalista y abogada María Sumire?). Si no, vamos a acabar en una oclocracia, como los griegos denominaban a la degeneración de la democracia”.

El pluralismo y el reconocimiento del otro

LA POLÍTICA DEL RECONOCIMIENTO 
 CHARLES TAYLOR I 

Cierto número de corrientes de la política contemporánea gira sobre la necesidad, y a veces la exigencia, de reconocimiento. Puede argüirse que dicha necesidad es una .de las fuerzas que impelen a los movimientos nacionalistas en política. Y la exigencia aparece en primer plano, de muchas maneras, en la política actual, formulada en nombre de los grupos minoritarios o "subalternos", en algunas formas de feminismo y en lo que hoy se denomina la política del “multiculturalismo". 
En estos últimos casos, la exigencia de reconocimiento se vuelve apremiante debido a los supuestos nexos entre el reconocimiento y la identidad, donde este último término designa algo equivalente a la interpretación que hace una persona de quién es y de sus características definitorias fundamentales como ser humano. La tesis es que nuestra identidad se moldea en parte por el reconocimiento o por la falta de éste; a menudo, también, por el falso reconocimiento de otros, y así, un individuo o un grupo de personas puede sufrir un verdadero daño, una auténtica deformación si la gente o la sociedad que, lo rodean le muestran, como reflejo, un cuadro limitativo, o degradante o despreciable de sí mismo. El falso reconocimiento o la falta de reconocimiento puede causar daño, puede ser una forma de opresión que aprisione a alguien en un modo de ser falso, deformado y reducido. Por ello, algunas feministas han sostenido que las mujeres en las sociedades patriarcales fueron inducidas a adoptar una imagen despectiva de sí mismas. Internalizaron una imagen de su propia inferioridad, de modo que aun cuando se supriman los obstáculos objetivos a su avance, pueden ser incapaces de aprovechar las nuevas oportunidades. Y, por si fuera poco, ellas están condenadas a sufrir el dolor de una pobre autoestima. Se estableció ya un punto análogo en relación con los negros: que la sociedad blanca les proyectó durante generaciones una imagen deprimente de sí mismos, imagen que algunos de ellos no pudieron dejar de adoptar. Según esta idea, su propia autodepreciación se transforma en uno de los instrumentos más poderosos de su propia opresión. Su primera tarea deberá consistir en liberarse de esta identidad impuesta y destructiva. Hace poco tiempo se elaboró un argumento similar en relación con los indios y con los pueblos colonizados en general. Se sostiene que a partir de 1492 los europeos proyectaron una imagen de tales pueblos como inferiores, "incivilizados" y mediante la fuerza de la conquista lograron imponer esta imagen a los conquistados. La figura de Calibán fue evocada para ejemplificar este aplastante retrato del desprecio a los aborígenes del Nuevo Mundo. Dentro de esta perspectiva, el falso reconocimiento no sólo muestra una falta del respeto debido. Puede infligir una herida dolorosa, que causa a sus víctimas un mutilador odio a sí mismas. El reconocimiento debido no sólo es una cortesía que debemos a los demás: es una necesidad humana vital. Para el examen de algunas de las cuestiones que aquí han surgido me gustaría retroceder un poco, tomar cierta perspectiva y empezar por ver cómo este discurso del reconocimiento y de la identidad llegó a parecernos familiar o por lo menos fácil de comprender. Pues no siempre fue así, y nuestros antepasados de hace más de dos siglos nos habrían mirado sin comprender si hubiésemos empleado estos términos en su sentido actual. ¿Cómo empezamos con todo esto? A la mente nos viene el nombre de Hegel, con su célebre dialéctica del amo y del esclavo. Esta es una etapa importante, pero tendremos que remontarnos un poco más allá para ver cómo este pasaje llegó a adquirir su sentido actual. ¿Qué fue lo que cambió para que este modo de hablar tenga sentido para nosotros? Podemos distinguir dos cambios que, en conjunto, hicieron inevitable la moderna preocupación por la identidad y el reconocimiento. El primero fue el desplome de las jerarquías sociales, que solían ser la base del honor. Empleo el término honor en el sentido del antiguo régimen, en que estaba intrínsecamente relacionado con la desigualdad. Para que algunos tuvieran honor en este sentido, era esencial que no todos lo tuvieran. Éste es el sentido en que Montesquieu lo utiliza en su descripción de la monarquía. El honor es, intrínsecamente, cuestión de préférences.5 También es ése el sentido en que empleamos el término cuando hablamos de honrar a alguien otorgándole algún reconocimiento público, por ejemplo, la Orden de Canadá. Sin duda, este premio no valdría nada si mañana decidiéramos dárselo a todo canadiense adulto. Contra este concepto del honor tenemos el moderno concepto de dignidad, que hoy se emplea en un sentido universalista e igualitario cuando hablamos de la inherente "dignidad de los seres humanos" o de la dignidad del ciudadano. La premisa subyacente es que todos la comparten.6 Es obvio que este concepto de la dignidad es el único compatible con una sociedad democrática, y que era inevitable que el antiguo concepto del honor "cayera en desuso. Pero esto también significa que las formas del reconocimiento igualitario han sido esenciales para la cultura democrática. Por ejemplo, que a todos se les llame "señor", “señora" o "señorita" y no que a algunas personas se les llame Lord o Lady y a los demás simplemente por sus apellidos -o, lo que aún es más humillante, por sus nombres de pila- se ha considerado como algo esencial en algunas sociedades democráticas, como Estados Unidos. Más recientemente y por razones similares, Mrs. y Miss se han reducido a Ms. La democracia desembocó en una política de reconocimiento igualitario, que adoptó varias formas con el paso de los años, y que ahora retorna en la forma de exigencia de igualdad de status para las culturas y para los sexos. (…) 

La importancia del reconocimiento es hoy universalmente reconocida en una u otra forma. En un plano íntimo, todos estamos conscientes de cómo la identidad puede ser bien o mal formada en el curso de nuestras relaciones con los otros significantes. En el plano social, contamos con una política ininterrumpida de reconocimiento igualitario. Ambos planos se formaron a partir del creciente ideal de autenticidad, y el reconocimiento desempeña un papel esencial en la cultura que surgió en torno a este ideal. En el nivel íntimo, podemos apreciar hasta qué punto una identidad original necesita ser y de hecho es vulnerable al reconocimiento que le otorgan, o no, los otros significantes. 
No es de sorprender que en la cultura de la autenticidad las relaciones se consideren como los puntos clave del autodescubrimiento y la autoafirmación. Las relaciones amorosas no sólo son importantes debido al acento general que la cultura moderna otorga a la satisfacción de las necesidades ordinarias; también son cruciales porque son los crisoles de una identidad que se genera internamente. En el plano social, la interpretación de que la identidad se constituye en el diálogo abierto, no que se forma por un "guión" social predefinido, ha hecho que la Política del reconocimiento igualitario ocupe un lugar más importante y de mayor peso. En realidad, lo que está en juego, ha aumentado considerablemente. El reconocimiento igualitario no sólo es el modo pertinente a una sociedad democrática sana. Su rechazo puede causar daños a aquellos a quienes se les niega, según una idea moderna muy difundida, como lo indiqué desde el principio. La proyección sobre otro de una imagen inferior o humillante puede en realidad deformar y oprimir hasta el grado en que esa imagen sea internalizada. No sólo el feminismo contemporáneo sino también las, relaciones raciales y las discusiones del multiculturalismo se orientan por la premisa de que no dar este reconocimiento puede constituir una forma de opresión. Podemos discutir si este factor ha sido exagerado, pero es claro que la interpretación de la identidad y de la autenticidad introdujo una nueva dimensión en la política del reconocimiento igualitario, que hoy actúa con algo parecido a su propio concepto de autenticidad, al menos en lo tocante a la denuncia de las deformaciones que causan los demás.

http://www.cultura.gob.pe/concursobpi/sites/default/files/docs/concursobpi.pdf 
 CASO ALEJANDRINA 
 Alejandrina Huarcaya procede del distrito de Huaytará del departamento de Huancavelica y tiene 17 años de edad. Por orientación y consejo de sus padres ella decide viajar a la capital en busca de progreso, educación y trabajo. Su familia ha sido categorizada en el grupo de pobres no extremos según la reconocida encuestadora “Cálculos”. Alejandrina tiene interés de postular a una beca completa que ofrece la Universidad Emprendedora del Perú a ciudadanos de bajos recursos económicos y que se encuentren dentro del rango de edad 16-20 años. Por otro lado, Nina Podelska es ciudadana peruana, descendiente de familia europea por parte del padre. Actualmente, reside en el distrito de Comas con sus padres y hermanos. Ha culminado la secundaria en el colegio Miguel Iglesias N°365. Nina ha sido una alumna destacada durante toda su formación escolar; no obstante sus padres no tienen los suficientes medios económicos para brindarle la educación superior que ella merece. Nina al igual que Alejandrina, decide postular a la beca ofrecida por la universidad emprendedora del Perú. Los documentos y las solicitudes son enviados por las dos postulantes a la Secretaria General de la UEP según el Reglamento Oficial de Postulación Oficial (ROPE). Para culminar con el proceso de admisión y selección, el Vicerrector académico de la universidad debe evaluarlas personalmente en una entrevista. Después de unos días; Alejandrina asiste a la entrevista con el Vicerrector: En el informe final este detalla que no tiene desenvolvimiento para expresarse “correctamente” , que no está en la capacidad para ingresar a la UEP, no cumple con las competencias exigidas por la universidad. Ella es quechuahablante, aunque habla con facilidad el español tiene algunos problemas de vocalización. Finalmente, el Vicerrector concluye su informe y sostiene que Alejandrina tendría muchas dificultades para sobrellevar la vida académica en una universidad de prestigio como la UEP y que no podría sostener relaciones sociales adecuadamente. Por el contrario, Nina obtuvo un resultado que supero sus expectativas: Sus padres, la semana siguiente de la entrevista, recibieron una carta de invitación en la cual decía que su hija había ganado una beca integral. En el informe, El Vicerrector afirmaba que la facilidad de hablar y escribir de manera adecuada el español era un “plus” para su record académico. En adición, por herencia cultural de sus padres. Hablaba perfectamente el idioma polaco. No satisfecho con éste argumento, el evaluador avizoró en Nina un potencial que, en definitiva, no habría visto en Alejandrina: Nina, por su ascendencia, Abriría las puertas de la universidad al mundo y a las relaciones internacionales. Alejandrina acude a la universidad a apelar la decisión del equipo evaluador. No obstante, el Vicerrector se muestra reacio a recibirla y no da marcha atrás en su posición sobre los resultados. Finalmente, él considera que Nina es el tipo de alumna que necesita la UEP para seguir creciendo y, sobre todo, para mantener los estándares exigidos por el Comité Internacional de Acreditación Universitaria (CIAU).

EL PODER DE LA ESCRITURA

La mirada europea

Cuando llegaron los españoles, llegó con ellos una manera de ver el mundo; está claro, una mirada europea. A la palta la llamaron “pera”; a la llama, “carnero”; al puma, “león”; al ayllu, “familia”. En 1492, luego de la reconquista de la península, la mentalidad española estaba dominada, fundamentalmente, por la supremacía de la religión cristiana frente a la musulmana, por la seguridad otorgada por el poderío de sus armas, pero, también, por el prestigio de su lengua castellana como triunfadora en el proceso de reconquista sobre la lengua árabe y sobre las otras lenguas peninsulares, prestigio representado en la Gramática castellana de Antonio de Nebrija. Con esta mentalidad, las culturas americanas encontradas, o conquistadas, tenían que ser consideradas como civilizaciones inferiores, puesto que tenían dioses paganos, sus armas eran rudimentarias y, sobre todo, no tenían escritura.

El poder sobre las culturas americanas estuvo fundamentado, entonces, en estos tres mecanismos: la religión, las armas y la escritura. Pero estos tres mecanismos no hubieran funcionado automáticamente si los españoles no hubieran estado convencidos de su superioridad y no se hubieran tomado el trabajo de convencer a los indios de ello. Hoy en día, seguimos absolutamente convencidos de ello.

El poder de la escritura 
500 años después de la Conquista española, desde las escuelas se nos sigue enseñando que unos fueron superiores a otros y que, por esa misma condición, los inferiores fueron conquistados. Se nos sigue enseñando que, a pesar de que la cultura inca fue “superior” a todas las culturas de la región, era “inferior” a la española. Con estas ideas, nuestros escolares infieren, fácilmente, que, aún en la actualidad, cualquier persona que profese una religión diferente a la “oficial” pertenece a una secta; que cualquier persona que no sabe leer ni escribir es una persona ignorante y sin cultura, y sin ninguna posibilidad de ser un profesional de éxito. Además, estas ideas no quedan en el pensamiento, sino que, comúnmente, se llevan a la acción con lo cual se pasa directamente a la discriminación. 

En efecto, en el mundo actual y en nuestro país, a pesar de que aún existen culturas ágrafas que muestran sofisticadas relaciones sociales y, como producto de ellas, diversidad productiva, creencias secularmente establecidas que brindan noción de unidad, costumbres arraigadas en su relación con el mundo que los rodea y maneras distintas de hacer justicia, se mantiene la idea de que los que saben escribir son seres superiores a los que no lo saben. 
Es imposible no reconocer la importancia de la escritura en el curso histórico de las ciencias y de la civilización, pero tampoco se puede desconocer que no es el único medio de transmisión de conocimientos. La oralidad es el medio fundamental de las culturas ágrafas para transmitir sus conocimientos y es tan efectivo como la escritura. Sin embargo, a través de la historia, se ha privilegiado a una y subordinado a la otra. Se tratan solo de formas de comunicar el conocimiento, de herramientas. El conocimiento lo produce el pensamiento y cualquier persona o cultura que pueda pensar, independientemente de las herramientas que utilice, puede desarrollar conocimiento. La naturaleza de estas herramientas impide, desde unos criterios lógicos, una comparación y, menos aún, una jerarquización que deviene útil, únicamente, justamente para ejercer poder y dominio de los letrados sobre los iletrados. 

El quechua y el castellano 

El aprendizaje de una segunda lengua trae, como es natural en todo proceso de aprendizaje, la interferencia de las estructuras (fonéticas, morfológicas, sintácticas y semánticas) de la lengua materna en la lengua meta. Esta se produce tanto a nivel oral como a nivel escrito. 

Además, la observamos en la forma de hablar de cualquier persona que quiere dominar una segunda lengua, sea esta de la nacionalidad que sea: un francés, un alemán, un norteamericano, un africano, un chino o un quechua-hablante que quiere aprender el castellano pasa por una serie de etapas en las que se muestra con claridad cómo la lengua materna se entromete en la producción de la segunda lengua. Además, se tiene que anotar que la convivencia de las lenguas andinas y amazónicas y el castellano en este espacio geográfico llamado Perú fue poco armoniosa por decir lo menos. Es decir, el castellano se instituyó como la lengua oficial de la Colonia y así fue también durante la República. Por su lado, las lenguas autóctonas se vieron relegadas a ser utilizadas, básicamente, en los ámbitos domésticos y ya nunca más públicos. Se instauró, pues, en el país, una situación diglósica. Muchos bilingües quechua-castellano, en la actualidad, tienen vergüenza de decir que hablan quechua. Debido al alto centralismo que ha imperado en el Perú, país multilingüe, en los distintos gobiernos desde la independencia, se ha obligado a los pobladores andinos o amazónicos a aprender el castellano. El castellano producido por este aprendizaje no ha estado exento de emisiones de juicios de valor por los hablantes maternos de castellano. Estos juicios de valor están destinados, justamente, a mantener las relaciones de poder que nos dejó la colonia. En una sociedad clasista como la nuestra, es necesario encontrar maneras de decirle al otro que es inferior a uno y una de estas maneras es atacar su forma de hablar y de escribir. Así, no nos daremos cuenta de que, desde el punto de vista científico, la interferencia de la lengua materna en la segunda lengua es parte de un proceso absolutamente natural de aprendizaje y no de una ignorancia atribuida al nivel cultural. 

Una mirada colonialista 

Si al razonamiento anterior añadimos que las lenguas andinas y amazónicas han sido consideradas, sin razón lingüística, como inferiores al castellano, comprenderemos entonces que el artículo de Aldo Mariátegui intenta preservar una forma de poder y de dominio cultural. El que una persona no domine la escritura de una segunda lengua no tiene nada que ver con su cultura (entiendo una noción extendida de cultura que he tratado de expresar en este texto y no aquella restringida que tiene ver con los conocimientos enciclopédicos), con su capacidad de representar a una población (como congresista, por ejemplo), ni con su capacidad para aportar con ideas claras. Un artículo como el de Aldo Mariátegui no hace sino confirmar que buena parte de nuestra sociedad está gobernada por un pensamiento sumamente endeudado con nuestro colonial pasado histórico, que buena parte de nuestra sociedad está anclada en ese pasado y que esas cómodas cadenas que lo atan al poder (político, económico y social) son más duras y duraderas que el reconocimiento de los derechos de las personas de no tener el castellano como lengua materna o de hablar un castellano andino. O también puede ser que un artículo como ese se deba a una ignorancia supina y a la tozudez de su autor por no querer aprender cómo está conformada nuestra sociedad con la utilización de un mínimo sentido común. 

[Mauricio Aguirre, 2009]

Ética mínima y el reconocimiento del otro como ser dialógico

Escrito por Cortina. A. y Martínez .E. Ética. Editorial Akal. Madrid. 2001*

ÉTICAS DE MÁXIMOS Y ÉTICAS DE MÍNIMOS*
Un buen número de autores considera hoy en día que conviene distinguir "lo justo" y "lo bueno" dentro del fenómeno moral en su totalidad, sin olvidarnos de que "distinguir" dos aspectos de un fenómeno para comprenderlo mejor no significa suponer que en la realidad se dan separados. Resulta imposible sin duda averiguar qué es lo justo si no tenemos ya unos ideales de vida buena, y es de igual modo imposible diseñar un ideal de felicidad sin contar con elementos de justicia. Sin embargo, lo justo y lo bueno pueden y deben distinguirse en el siguiente sentido.
Cuando tenemos algo por justo no estamos pretendiendo sólo expresar un sentimiento(emotivismo), ni informando de que lo aprobamos(subjetivismo), ni tampoco exigiendo que sólo lo tenga por justo nuestro propio grupo(relativismo), sino que estamos pretendiendo que lo tenga por justo cualquier ser racional que se sitúe en condiciones de imparcialidad; es decir, estamos pretendiendo que debe tenerlo por justo cualquier ser racional que no se deje llevar por sus intereses individuales o grupales, sino por intereses universalizables, porque creemos tener razones suficientes para convencer a otras personas de que la propuesta satisface tales intereses.
(Si decimos, por ejemplo, que es injusta la actual distribución de la riqueza, en virtud de la cual gran parte de la humanidad muere de hambre, no intentamos solamente expresar una opinión, sino afirmar que debería cambiar tal distribución y qué pensaría igual que nosotros cualquier ser racional, que deseara satisfacer intereses universalizables).

La justicia se refiere, por tanto, a lo que es exigible en el fenómeno moral y además exigible a cualquier ser racional que quiera pensar moralmente. Con lo cual nos encontramos con que es moralmente justo lo que satisface intereses universalizables. ¿Cómo podríamos averiguar cuáles son esos intereses? Celebrando un diálogo entre todos los afectados en condiciones de simetría, como propone la ética discursiva.
Sin embargo, cuando tenemos algo por bueno, por "felicitante", no podemos exigir que cualquier ser racional lo tenga por bueno, porque ésta sí que es una opción subjetiva. En este sentido es en el que hoy en día ha hecho fortuna la distinción entre éticas de mínimos y éticas de máximos, entre "éticas de la justicia" y "éticas de la felicidad".
Las éticas de la justicia o éticas de mínimos se ocupan únicamente de la dimensión universalizable del fenómeno moral, es decir, de aquellos deberes de justicia que son exigibles a cualquier ser racional y que, en definitiva, sólo componen unas exigencias mínimas, las éticas de la felicidad, por el contrario, intentan ofrecer ideales de vida buena, en los que el conjunto de bienes de que las personas podemos gozar se presentan jerarquizadamente como para producir la mayor felicidad posible. Son, por tanto, éticas de máximos, que aconsejan seguir su modelo, nos invitan a tomarlo como orientación de la conducta, pero no pueden exigir que se siga, porque la felicidad es cosa de consejo e invitación, no de exigencia.
 Con la distinción entre estos dos tipos de ética es posible intentar responder a la pregunta de si hay un criterio universalmente intersubjetivo para tomar decisiones morales a la hora de elegir entre las posibilidades que se nos presentan, porque las formas de vida de distintas culturas o grupos sociales, sus ideales de felicidad, son sin duda modelos desde los que justificamos nuestras elecciones, pero lo que no podemos exigir es que cualquier ser racional adopte los mismos ideales, sino proponerlos, invitar a vivir según ellos, aconsejarlos, si es que a nosotros nos hacen felices. Por el contrario, los criterios de justicia son universalmente intersubjetivos y, por tanto, exigibles. La universalizabilidad del fenómeno moral pertenece, pues, a la dimensión de la justicia, más que a la de la felicidad.
En estas afirmaciones estarían de acuerdo, entre otros, autores como Rawls, Apel, Habermas y Kohlberg.
Reconocer esta doble faceta de la moralidad es la única forma de dar razón de dos fenómenos al menos:
   a) El hecho innegable de que haya contenidos morales diversos y de que a la vez ciertos juicios morales exijan universalidad.
   b) El hecho del pluralismo existente en las sociedades democráticas, que no es politeísmo axiológico. Si hubiera politeísmo axiológico, los miembros de tales sociedades no tendrían nada en común moralmente y no podrían construir nada juntos; sin embargo, el pluralismo consiste en compartir unos mínimos de justicia, desde los que se conviene en potenciar que cada quien viva según su modelo de felicidad y pueda invitar a otros a vivir según él (nunca imponerlo).
La articulación de mínimos y máximos, por otra parte, hace posible, entre otras cosas:
   a) Construir una ética cívica democrática, que consiste en los mínimos que los ciudadanos comparten, alimentados por los máximos que profesan.
   b) Aplicar esos mínimos a los distintos ámbitos de la vida social (medicina, empresa, ciencia y tecnología, educación, política, ecología), de modo que se encuentre alta de moral, en buena forma. Ésta es la tarea de la ética aplicada.
   c) Construir una ética universal, un "Nuevo Orden Ético Internacional", desde aquellas exigencias de justicia que son inapelables, entre las que se cuentan el deber de respetar los modelos de felicidad de los distintos grupos y culturas.

CASO EL ABUELO
En una zona bajo andina del Perú un abuelo narra a su nieto una historia ajena pero cercana a todos. Historia  sobre los efectos de los casi inmanejables elementos de la naturaleza y cómo estos por poco extinguen a 9 miembros de una familia campesina. 
Dicha historia cuenta lo siguiente:Las lluvias –como todos los años- acaudalaron en demasía las aguas del rio que bordeaba las tierras habitadas por la familia Pazonki y, en un desborde, cortaron la vida de los padres y quedaron en la orfandad 5 hermanos entre 12 a 17 años.
Luego de un corto duelo el mayor de los hermanos preguntó con voz trémula y enérgica a la vez ¿y, ahora qué haremos para sobrevivir?
-          Julio de 11 dijo, yo tengo habilidad para  pescar y me encanta hacerlo- y así traeré truchas para todos.
-          Junio de 12 dijo, yo traeré leña seca – me encanta cortarla y soy muy hábil en ello- y así cocinaremos para todos
-          Mayo de 13 dijo, yo quiero cosechar naranjas y así habrá vitaminas para todos; pese a que no me gusta cosechar y detesto las naranjas.
-          Abril dijo de 14, yo quiero hacer algo para mí y no para los demás, por tanto yo cazaré  y comeré de mi trabajo, no necesito de nadie y nadie necesita de mí.
-          Marzo de 15 dijo, yo quiero hacer algo –porque me aburro fácilmente- pero no puedo hacer nada ya que tengo los dedos derechos quemados por culpan de la leña ardiente que mi padre me ordeno encender.
-          Febrero de 16 dijo, yo solo quiero contemplar la naturaleza, retratarla con palabras y hacer  poesía.
-          Enero de 17  dijo, yo quiero hacer las reglas de la familia, juzgar a quién se las aplica y ejecutar su aplicación y, les comunicó que detesto las truchas y las naranjas.

      Luego, el nieto tras escuchar atentamente la historia formula la siguiente pregunta:¡Caramba! ¿En la familia Pazonki no hay coincidencias –todos quieren cosas diferentes- por tanto nunca se pondrán de acuerdo.
       El abuelo responde:
-         Te equivocas, coinciden en algo trascendental y es que “todos quieren hacer lo que quieren”   es decir, ninguno está dispuesto a renunciar al objeto de su querencia
-          Ahora, pon atención nieto mío, todos  coinciden en la búsqueda de instantes de felicidad; por tanto, todos desean lo mismo y es el poder elegir  y hacer lo elegido; y, a ese poder llamamos “libertad”.Y, el nieto repregunta ¿Por qué es importante esa coincidencia.
      El abuelo contesta  lo siguiente:
-    Es importante porque dicha coincidencia implica precisamente el deseo universal más caro de la humanidad “el deseo de libertad” el cual aún no es un valor ni un derecho fundamental, porque solo llegará a serlo cuando la razón humana reconozca al otro como su semejante en lo esencial y descubra que  para evitar que “la libertad de unos choque con la de otros”  es necesario delimitarla para llegar  al ideal de “igualdad de oportunidades para ejercer los ansiados derechos fundamentales”.Y, el nieto formula sus dos últimos cuestionamientos: primero ¡Abuelo! ¿Te olvidas de lo más importante, la vida como condición necesaria para ejercer precisamente la libertad e igualdad? Segundo ¿Cómo se delimita la libertad  en partes iguales?
-          El abuelo responde al primer cuestionamiento: Te felicito, tienes a quien salir en tus inquietudes, te diré que la vida también es un valor y un derecho fundamental, pero tú sabes que la historia  ha demostrado que muchos han preferido morir antes de perder la libertad; en consecuencia no hay jerarquías absolutas en estos valores y derechos, las jerarquías como los caminos en la vida se hacen al andar.
-     Al segundo cuestionamiento responde:  No es posible dividir en partes iguales el pastel de las oportunidades –porque la “igualdad ideal” no coincide con el “mundo real” variopinto por naturaleza; por tanto, las delimitaciones se hacen bajo criterios de un cuarto valor y éste es el de la justicia, la cual implica usar la  proporcionalidad para distribuir bienes en razón de intereses, necesidades y méritos: y, esta tarea te la dejo  para que reflexiones sobre las diversas fórmulas para no incurrir en un desbalance en el goce y ejercicio de los bienes que nos da la vida.
-          Y el nieto llega a la siguiente conclusión: entonces el destino nos sortea un pedazo de pastel grande o pequeño, dulce o amargo, y la justicia tratará de volver a sortear para compensar las oportunidades de la vida.   Tú lo has dicho nieto mío mejor que yo.

Relación entre ética, libertad y responsabilidad

SAVATER, Fernando (1991). Ética para Amador, capítulo 1, pp 11-18. Barcelona: Ariel 

 CAPITULO PRIMERO. DE QUÉ VA LA ÉTICA 
(…) 

 Lo de saber vivir no resulta tan fácil porque hay diversos criterios opuestos respecto a qué debemos hacer. En matemáticas o geografía hay sabios e ignorantes, pero los sabios están casi siempre de acuerdo en lo fundamental. En lo de vivir, en cambio, las opiniones distan de ser unánimes. Si uno quiere llevar una vida emocionante, puede dedicarse a los coches de fórmula uno o al alpinismo; pero si se prefiere una vida segura y tranquila, será mejor buscar las aventuras en el videoclub de la esquina. Algunos aseguran que lo más noble es vivir para los demás y otros señalan que lo más útil es lograr que los demás vivan para uno. Según ciertas opiniones lo que cuenta es ganar dinero y nada más, mientras que otros arguyen que el dinero sin salud, tiempo libre, afecto sincero o serenidad de ánimo no vale nada. Médicos respetables indican que renunciar al tabaco y al alcohol es un medio seguro de alargar la vida, a lo que responden fumadores y borrachos que con tales privaciones a ellos desde luego la vida se les haría mucho más larga. Etc. 

En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo con todos. Pero fíjate que también estas opiniones distintas coinciden en otro punto: a saber, que lo que vaya a ser nuestra vida es, al menos en parte, resultado de lo que quiera cada cual. Si nuestra vida fuera algo completamente determinado y fatal, irremediable, todas estas disquisiciones carecerían del más mínimo sentido. Nadie discute si las piedras deben caer hacia arriba o hacia abajo: caen hacia abajo y punto. Los castores hacen presas en los arroyos y las abejas panales de celdillas exagonales: no hay castores a los que tiente hacer celdillas de panal, ni abejas que se dediquen a la ingeniería hidráulica. En su medio natural cada animal parece saber perfectamente lo que es bueno y lo que es malo para él si discusiones ni dudas. No hay animales malos ni buenos en la naturaleza, aunque quizá la mosca considere mala a la araña que tiende su trampa y se la come. Pero es que 1a araña no lo puede remediar... 

Voy a contarte un caso dramático. Ya conoces a las termitas, esas hormigas blancas que en África levantan impresionantes hormigueros de varios metros de alto y duros como la piedra. Dado que el cuerpo de las termitas es blando, por carecer de la coraza quitinosa que protege a otros insectos, el hormiguero les sirve de caparazón colectivo contra ciertas hormigas enemigas, mejor armadas que ellas. Pero a veces uno de esos hormigueros se derrumba, por culpa de una riada o de un elefante (a los elefantes les gusta rascarse los flancos contra los termiteros, qué le vamos a hacer). En seguida, las termitas-obrero se ponen a trabajar para reconstruir su dañada fortaleza, a toda prisa. Y las grandes hormigas enemigas se lanzan al asalto. Las termitas-soldado salen a defender a su tribu e intentan detener a las enemigas. Como ni por tamaño ni por armamento pueden competir con ellas, se cuelgan de las asaltantes intentando frenar todo lo posible su marcha, mientras las feroces mandíbulas de sus asaltantes las van despedazando. Las obreras trabajan con toda celeridad y se ocupan de cerrar otra vez el termitero derruido... pero lo cierran dejando fuera a las pobres y heroicas termitas-soldado, que sacrifican sus vidas por la seguridad de las demás. ¿No merecen acaso una medalla, por lo menos? ¿No es justo decir que son valientes? 

Cambio de escenario, pero no de tema. En la Ilíada, Homero cuenta la historia de Héctor, el mejor guerrero de Troya, que espera a pie firme fuera de las murallas de su ciudad a Aquiles, el enfurecido campeón de los aqueos, aun sabiendo que éste es más fuerte que él y que probablemente va a matarle. Lo hace por cumplir su deber, que consiste en defender a su familia y a sus conciudadanos del terrible asaltante. Nadie duda de que Héctor es un héroe, un auténtico valiente. Pero ¿es Héctor heroico y valiente del mismo modo que las termitas-soldado, cuya gesta millones de veces repetida ningún Homero se ha molestado en contar? ¿No hace Héctor, a fin de cuentas, lo mismo que cualquiera de las termitas anónimas? ¿Por qué nos parece su valor más auténtico y más difícil que el de los insectos? ¿Cuál es la diferencia entre un caso y otro? 

Sencillamente, la diferencia estriba en que las termitas-soldado luchan y mueren porque tienen que hacerlo, sin poderlo remediar (como la araña que se come a la mosca). Héctor, en cambio, sale a enfrentarse con Aquiles porque quiere. Las termitas-soldado no pueden desertar, ni rebelarse, ni remolonear para que otras vayan en su lugar: están programadas necesariamente por la naturaleza para cumplir su heroica misión. El caso de Héctor es distinto. Podría decir que está enfermo o que no le da la gana enfrentarse a alguien más fuerte que él. Quizá sus conciudadanos le llamasen cobarde y le tuviesen por un caradura o quizá le preguntasen qué otro plan se le ocurre para frenar a Aquiles, pero es indudable que tiene la posibilidad de negarse a ser héroe. Por mucha presión que los demás ejerzan sobre él, siempre podría escaparse de lo que se supone que debe hacer: no está programado para ser héroe, ningún hombre lo está. De ahí que tenga mérito su gesto y que Homero cuente su historia con épica emoción. A diferencia de las termitas, decimos que Héctor es libre y por eso admiramos su valor. Y así llegamos a la palabra fundamental de todo este embrollo: libertad. Los animales (y no digamos ya los minerales o las plantas) no tienen más remedio que ser tal como son y hacer lo que están programados naturalmente para hacer. No se les puede reprochar que lo hagan ni aplaudirles por ello porque no saben comportarse de otro modo. Tal disposición obligatoria les ahorra sin duda muchos quebraderos de cabeza. En cierta medida, desde luego, los hombres también estamos programados por la naturaleza. Estamos hechos para beber agua, no lejía, y a pesar de todas nuestras precauciones debemos morir antes o después. Y de modo menos imperioso pero parecido, nuestro programa cultural es determinante: nuestro pensamiento viene condicionado por el lenguaje que le da forma (un lenguaje que se nos impone desde fuera y que no hemos inventado para nuestro uso personal) y somos educados en ciertas tradiciones, hábitos, formas de comportamiento, leyendas ... ; en una palabra, que se nos inculcan desde la cunita unas fidelidades y no otras. Todo ello pesa mucho y hace que seamos bastante previsibles. Por ejemplo, Héctor, ese del que acabamos de hablar. Su programación natural hacia que Héctor sintiese necesidad de protección, cobijo y colaboración, beneficios que mejor o peor encontraba en su ciudad de Troya. También era muy natural que considerara con afecto a su mujer Andrómaca -que le proporcionaba compañía placentera- y a su hijito, por el que sentía lazos de apego biológico-Culturalmente, se sentía parte de Troya Y compartía con los troyanos la lengua, las costumbres y las tradiciones. Además, desde pequeño le habían educado para que fuese un buen guerrero al servicio de su ciudad y se le dijo que la cobardía era algo aborrecible, indigno de un hombre. Si traicionaba a los suyos, Héctor sabía que se vería despreciado y que le castigarían de uno u otro modo. De modo que también estaba bastante programado para actuar como lo hizo, ¿no? Y sin embargo... 

Sin embargo, Héctor hubiese podido decir: ¡a la porra con todo! Podría haberse disfrazado de mujer para escapar por la noche de Troya, o haberse fingido enfermo o loco para no combatir, o haberse arrodillado ante Aquiles ofreciéndole sus servicios como guía para invadir Troya por su lado más débil; también podría haberse dedicado a la bebida o haber inventado una nueva religión que dijese que no hay que luchar contra los enemigos sino poner la otra mejilla cuando nos abofetean. Me dirás que todos estos comportamientos hubiesen sido bastante raros, dado quien era Héctor y la educación que había recibido. Pero tienes que reconocer que no son hipótesis imposibles, mientras que un castor que fabrique panales o una termita desertora no son algo raro sino estrictamente imposible. Con los hombres nunca puede uno estar seguro del todo, mientras que con los animales o con otros seres naturales sí por mucha programación biológica o cultural que tengamos, los hombres siempre podernos optar finalmente por algo que no esté en el programa (al menos, que no esté del todo). Podemos decir «sí» o «no», quiero o no quiero. Por muy achuchados que nos veamos por las circunstancias, nunca tenemos un solo camino a seguir sino varios. 

 Cuando te hablo de libertad es a esto a lo que me refiero. A lo que nos diferencia de las termitas y de las mareas, de todo lo que se mueve de modo necesario e irremediable. Cierto que no podemos hacer cualquier cosa que queramos, pero también cierto que no estamos obligados a querer hacer una sola cosa. Y aquí conviene señalar dos aclaraciones respecto a la libertad: 

Primera: No somos libres de elegir lo que nos pasa (haber nacido tal día, de tales padres y en tal país, padecer un cáncer o ser atropellados por un coche, ser guapos o feos, que los aqueos se empeñen en conquistar nuestra ciudad, etc.), sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo (obedecer o rebelarnos, ser prudentes o temerarios, vengativos o resignados, vestirnos a la moda o disfrazarnos de oso de las cavernas, defender Troya o huir, etc.). 

Segunda: Ser libres para intentar algo no tiene nada que ver con lograrlo indefectiblemente. No es lo mismo la libertad (que consiste en elegir dentro de lo posible) que la omnipotencia (que sería conseguir siempre lo que uno quiere, aunque pareciese imposible). Por ello, cuanta más capacidad de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad. Soy libre de querer subir al monte Everest, pero dado mi lamentable estado físico y mi nula preparación en alpinismo es prácticamente imposible que consiguiera mi objetivo. En cambio soy libre de leer o no leer, pero como aprendí a leer de pequeñito la cosa no me resulta demasiado difícil si decido hacerlo. Hay cosas que dependen de mi voluntad (y eso es ser libre) pero no todo depende de mi voluntad (entonces sería omnipotente), porque en el mundo hay otras muchas voluntades y otras muchas necesidades que no controlo a mi gusto. Si no me conozco ni a mí mismo ni al mundo en que vivo, mi libertad se estrellará una y otra vez contra lo necesario. Pero, cosa importante, no por ello dejaré de ser libre... aunque me escueza. 

En la realidad existen muchas fuerzas que limitan nuestra libertad, desde terremotos o enfermedades hasta tiranos. Pero también nuestra libertad es una fuerza en el mundo, nuestra fuerza. Si hablas con la gente, sin embargo, verás que la mayoría tiene mucha más conciencia de lo que limita su libertad que de la libertad misma. Te dirán: « ¿Libertad? ¿Pero de qué libertad me hablas? ¿Cómo vamos a ser libres, si nos comen el coco desde la televisión, si los gobernantes nos engañan y nos manipulan, si los terroristas nos amenazan, si las drogas nos esclavizan, y si además me falta dinero para comprarme una moto, que es lo que yo quisiera?» En cuanto te fijes un poco, verás que los que así hablan parece que se están quejando pero en realidad se encuentran muy satisfechos de saber que no son libres. En el fondo piensan: «¡Uf! ¡Menudo peso nos hemos quitado de encima! Como no somos libres, no podemos tener la culpa de nada de lo que nos ocurra... »Pero yo estoy seguro de que nadie -nadie- cree de veras que no es libre, nadie acepta sin más que funciona como un mecanismo inexorable de relojería o como una termita. Uno puede considerar que optar libremente por ciertas cosas en ciertas circunstancias es muy difícil (entrar en una casa en llamas para salvar a un niño, por ejemplo, o enfrentarse con firmeza a un tirano) y que es mejor decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se prefiere lo más fácil, es decir, esperar a los bomberos o lamer la bota que le pisa a uno el cuello. Pero dentro de las tripas algo insiste en decirnos: «Si tú hubieras querido... » Cuando cualquiera se empeñe en negarte que los hombres somos libres, te aconsejo que le apliques la prueba del filósofo romano. En la antigüedad, un filósofo romano discutía con un amigo que le negaba la libertad humana y aseguraba que todos los hombres no tienen más remedio que hacer lo que hacen. El filósofo cogió su bastón y comenzó a darle estacazos con toda su fuerza. « ¡Para, ya está bien, no me pegues más! », le decía el otro. Y el filósofo, sin dejar de zurrarle, continuó argumentando: «¿No dices que no soy libre y que lo que hago no tengo más remedio que hacerlo? Pues entonces no gastes saliva pidiéndome que pare: soy automático. »Hasta que el amigo no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de pegarle, el filósofo no suspendió su paliza. La prueba es buena, pero no debes utilizarla más que en último extremo y siempre con amigos que no sepan artes marciales... 

 En resumen: a diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno, es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es algo que a los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética. De ello, si tienes paciencia, seguiremos hablando en las siguientes páginas de este libro. (…)