jueves, 9 de junio de 2016

La consideración del otro como individuo dialógico

LASTRE DIVERSIDAD, O VENTAJA, CIUDADANÍA INTERCULTURAL.

 El Perú es una sociedad cuya diversidad cultural y cuyo Estado debe generar ciudadanía intercultural; esto es, ciu¬dadanas y ciudadanos que puedan afrontar la diversidad cultural de modo adecuado, respetando y considerando como igualmente valiosas todas las culturas, etnias y re-ligiones que conviven en el territorio. En otras palabras, la sociedad alberga una profunda y compleja diversidad cultural, el Estado debe reconocerla y en perspectiva con¬vertirse en intercultural y las ciudadanas y ciudadanos in¬terculturales son quienes deben sostenerlo. La intercultu¬ralidad es, pues, una práctica de respeto y valoración de nuestras Dialogar con los diferentes sin considerarlos menos valiosos no es una tarea fácil. Históricamente hemos vi¬vido en un país que no promovía esa actitud. Esto refleja que de forma espontánea no tendemos al conocimien¬to por el diferente. Para muestra, un diputado por Puno presentó un Proyecto de Ley en 1900 para promover el exterminio de la raza aborigen y en 1930, el educador y filósofo, Alejandro O. Deustua escribió: “el Perú debe su desgracia a esa raza indígena, que en su disolución psíqui¬ca no ha podido transmitir al mestizaje las virtudes de las razas en períodos de progreso... EI indio no es ni puede ser sino una máquina” (Degregori 2004).
 Extraído de la siguiente publicación: Enfoque Intercultural Aportes Para la Gestión Pública, Ministerio de Cultura, Elaboración de contenidos Liuba Kogan, Colaboradores Pablo Sandoval, José Carlos Agüero, Impresión en Estación de la Cultura SAC Las Musas 291 San Borja Diferencias. 

 Si bien es cierto que el Perú de hoy no es el mismo que a inicios del siglo xx, aún arrastramos estereotipos, prejuicios y representaciones racistas que están profunda¬mente arraigados. Es necesario hacer un esfuerzo especial para identificarlos y evitarlos. En palabras del filósofo canadiense, Will Kymlicka: “… un ciudadano intercultural es alguien que no sólo apoya los principios de un Estado multicultural, sino que también demuestra todo un rango de actitudes personales positivas hacia la diversidad. En particular, es alguien que es curioso en vez de temeroso con respecto a otras culturas y personas; alguien que está abierto a aprender de otros esti¬los de vida, y dispuesto a considerar cómo se ven las cosas desde el punto de vista de otra gente en vez de asumir su perspectiva o modo de vida heredado como superior, al¬guien que se siente cómodo interactuando con personas de diferentes ambientes…” (Kymlicka 2003: 21). El ciudadano y la ciudadana intercultural es capaz de dialogar con otros ciudadanos y ciudadanas que provie¬nen de culturas diferentes, que hablen lenguas diferentes o tengan diversas religiones, considerando sus perspectivas de vida tan valiosas como las propias. Es importante resal¬tar que no es necesario conocer en profundidad la cultura del otro, ni siquiera compartir su mismo punto de vista. Lo fundamental y necesario es poder entablar el diálogo en condición de igualdad. El Estado intercultural debe promover la práctica in¬tercultural en sus ciudadanas y ciudadanos e incluir de manera especial a los servidores públicos. Finalmente, la diversidad cultural debe ser vista —desde una perspectiva intercultural— como una oportunidad de desarrollo en tanto disponemos de un acervo importante de creencias, imaginarios, saberes, prácticas y formas de afrontar los re¬tos de la vida cotidiana. Sin embargo, las maneras de conjugar la relación en¬tre el Estado intercultural y las ciudadanías interculturales no siempre resulta una tarea sencilla. Muchas veces nos podemos encontrar con prácticas culturales que van en contra de la cultura oficial o instituciones sociales que no logran generar ciudadanos interculturales o que el Estado no atienda de modo efectivo a los diferentes grupos cul¬turales omitiendo sus necesidades particulares. Si bien existen múltiples definiciones, considerare¬mos a la cultura como el conjunto aprendido de formas de pensar, sentir y hacer, que comparte un grupo social. Por ello, la cultura más que expresar pureza o ser totalidades significativamente discretas, representa una guía u hoja de ruta para la vida. Nos ofrece valores, conocimientos, tradiciones, costum¬bres, símbolos y normas, entre otros, con los cuales enfrentar la vida y darle sentido. La cultura no es es¬tática: es más adecuado, entonces, entenderla como un proceso que va cambiando a través de la interac¬ción entre los miembros del grupo que la compar¬te, de tal forma que la mantienen viva. Al respecto, sostiene Seyla Benhabib (2006) que “las culturas son complejas prácticas humanas de significación y representación, organización y atribución, frac¬cionadas en el interior mismo de narraciones en conflicto, que se constituyen a través de complejos diálogos con otras culturas”. Reconocimiento La diversidad cultural, característica de la sociedad peruana, implica la vigencia de múltiples identidades socioculturales, las que, más que un cuadro de diferenciación tajante entre mayorías y minorías o de grupos poblacionales específicos, conforman un escenario en el que se entrelazan de manera dinámica, interdependiente y desigual. El Perú representa un caleidoscopio de culturas e identidades de distinta rai¬gambre, que comparten formas de pertenencia e intensos procesos de intercambio, diálogo, conflicto y negociación. Esta forma de coexistencia sumamente dinámica ocurre en condiciones de fuerte desigualdad y predominio de formas de discriminación de larga data, arraigadas en la dinámi¬ca social, tales como el racismo o las múltiples formas de discriminación por razones de origen social, género, color, procedencia geográfica, etc., fuertemente tramadas con las categorizaciones raciales. En tal contexto, las demandas de respeto a los dere¬chos básicos, entre ellos los de tipo cultural, son al mismo tiempo fuertes reclamos de reconocimiento en el ámbito público; es decir, demandas de visibilidad como miembros de una comunidad política amplia y, por tanto, con igual-dad de pertenencia, derechos, deberes y oportunidades. “La política de la identidad y la política de la diferencia se ven afectadas por la paradoja de querer preservar la pureza de lo impuro, la inmutabilidad de lo histórico y el carácter fundamental de lo contingente” (Benhabib 2006: 37). Se trata, entonces, de demandas de reconocimiento que entrelazan de manera compleja las nociones de perte¬nencia, igualdad y diferencia (Fraser 1997). De esa manera, ocurre que las aspiraciones de amplios sectores poblaciona¬les —indígenas y no indígenas— que buscan ser conside¬rados efectivamente como peruanas y peruanos de pleno derecho, van de la mano con el afán de ser reconocidos, al mismo tiempo, como poseedores de sus propias lenguas y culturas. El horizonte y anhelo de igualdad se entrecruza en el Perú con fuertes demandas de reconocimiento a las diferencias, debido a un largo orden de dominación y des¬precio de raíces coloniales y republicanas. Por tanto, diseñar y ejecutar políticas públicas inter¬culturales en una sociedad como la nuestra implica aten¬der al mismo tiempo las demandas de respeto a las ya mencionadas diferencias, junto a demandas por igualdad y pertenencia plena a lo nacional o peruano. Más que políticas restringidas y aisladas de acción afirmativa, se requiere también amplios procesos de con¬cientización y reconocimiento mutuo, que permitan en un sentido intercultural avanzar hacia una ciudadanía ple¬na y múltiple. Por ello, las políticas públicas de intercultu¬ralidad no deben restringirse a poblaciones específicas o minoritarias; por el contrario, deben partir del conjunto a fin de focalizarse en un segundo momento en ámbitos, sectores o grupos sociales específicos, desde un enfoque diferencial. El reconocimiento de la pertenencia común a lo peruano, en condiciones de plena igualdad, consiste en una vía que permite también establecer formas de respeto y valoración de la diversidad cultural, incluyendo mani¬festaciones específicas de algunos sectores. En consecuen¬cia, reconocimiento e igualdad en la diferencia implican mecanismos de avance hacia la consolidación de una sociedad de ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho, donde la diversidad cultural sea la fuente de la solidaridad y cercanía más que una marca de distancia, desigualdad y discriminación. 

 ACTITUDES LINGÜÍSTICAS Y FORMACIÓN DOCENTE

 1. LAS ACTITUDES LINGUÍSTICAS 
Las actitudes lingüísticas son comportamientos de los hablantes respecto de las lenguas, sus variedades y de los usuarios de estas variedades y lenguas (García 1999). De este modo, los hablantes pueden tener una actitud positiva o negativa hacia la lengua que usan y de manera similar pueden tener actitudes positivas o negativas respecto de otras lenguas y de otras variedades de una misma lengua, habladas unas y otras en el entorno de estos hablantes. 

1.1. PROBLEMA: INCOMPRENSIÓN DE NUESTRA REALIDAD MULTILINGÜE 
Nadie duda de la existencia del multilingüismo en el Perú. Vivir inmerso en esta realidad implica comprenderla; y parte de esta comprensión supone saber convivir con las personas que hablan lenguas amerindias. Eso quiere decir que estos últimos no deben ser vistos como sujetos a los cuales hay que asistir compasivamente o, caso contrario, segregar. Comprender dicha realidad significa también comprender cualquier manifestación de bilingüismo, puesto que ello deriva del plurilingüismo. Esto no ocurre en nuestro país, pues de manera recurrente quienes hablan alguna lengua amerindia son objeto de una consideración y trato diferentes por parte de los castellanohablantes maternos. Esta consideración distinta oscila entre la discriminación abierta, en un extremo, y la compasión, en el otro. Así, por ejemplo, el bilingüe incipiente quechua-castellano o aimara-castellano es discriminado por su manera de pronunciar en la lengua meta (castellano) determinadas palabras en las que se presentan los fonemas /i/, /e/ por un lado, y /o/, /u/ por otro. Estas mismas actitudes se repiten si el bilingüe produce discordancias como las que se presentan en “tengo una grave problema” o “esa tema no está en la agenda”. Uno de los últimos casos que tuvo repercusión en nuestro país fue aquel en el que se comprometió a la congresista Hilaria Supa Huamán. 

El 23 de abril de 2009, en el titular de portada del diario limeño Correo se leía “¡Qué nivel!” y en el subtítulo, “Urge Coquito para Congresista Supa”. Allí mismo se presentaba la fotografía de la Congresista registrando notas en una libreta. En las páginas 12 y 13 de esa misma edición aparecían publicados los apuntes de la congresista Supa: “Jueves De abril 16-2009 Pleno Del congreso Dela rePoBleca si discotio lasituasion de Brai ovo Muchas ParticiPasion custo (...) No Presencia Del preme menistro (...) subre Bray subre atentado (...) pindio el pleno”. En su editorial, Aldo Mariátegui, director de este diario, escribía: “Pongo el parche... No nos anima ningún ánimo peyorativo, excluyente, racista, clasista, costeñista, anti-indigenista, etc. contra la congresista humalista Hilaria Supa. Esto que quede claro, pues lo políticamente correcto se está volviendo asfixiante en nuestro país. Y que quede claro también que más bien nos provoca pena que esta humilde mujer tenga esas carencias y no queremos hacer ninguna befa con ello. Pero no se puede pagar más de S/. 20 mil al mes y darle tanto poder y responsabilidades a quienes no están mínimamente iluminados por las luces de la cultura. Pues aquí lo que se pone realmente en debate es si es sano para el país que pueda acceder al Congreso alguien con un nivel cultural tan bajo, cuya ortografía y gramática revelan serias carencias y sin aparente ánimo de enmienda, porque no me digan que no es evidente que Supa rara vez agarra un libro, ya que está probado que la gente que lee poco es la que peor escribe al estar menos familiarizada con las reglas más elementales de redacción. Nadie pide que cada congresista sea una Martha Hildebrandt, pero, por Dios, tampoco pueden escribir peor que un niño de ocho años. Y es indiscutible que una persona con una instrucción tan, digamos, elemental -siendo generosos- poco puede aportar en la elaboración de leyes, en la fiscalización de casos complejos, en la reflexión diaria de hacia dónde debe ir la nave del Estado... Una persona así posiblemente sólo se va a limitar a repetir lugares comunes, a oponerse a todo sólo por oponerse, a estar a la defensiva ante cualquier idea nueva, a ser prejuiciosa, a buscar llamar la atención mediante el escándalo antes que por la excelencia de sus iniciativas, a descalificar al adversario con el eterno recurso de victimizarse, a ser agresiva... Lamentablemente, todo lo anterior ha caracterizado a la congresista Supa y estoy seguro de que su respuesta consistirá en acusarnos de ser nazis y hacerse la víctima. No estamos en contra de que las personas elijan a congresistas con quienes se identifiquen, pero tampoco se puede ir a extremos y menos dejar de lado el mérito académico y la preparación. Por eso el voto debe ser voluntario y además debe haber requisitos extras para ser congresista, como grado universitario (aunque... ¿cómo escribirá la congresista humalista y abogada María Sumire?). Si no, vamos a acabar en una oclocracia, como los griegos denominaban a la degeneración de la democracia”.

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