jueves, 9 de junio de 2016

El pluralismo y el reconocimiento del otro

LA POLÍTICA DEL RECONOCIMIENTO 
 CHARLES TAYLOR I 

Cierto número de corrientes de la política contemporánea gira sobre la necesidad, y a veces la exigencia, de reconocimiento. Puede argüirse que dicha necesidad es una .de las fuerzas que impelen a los movimientos nacionalistas en política. Y la exigencia aparece en primer plano, de muchas maneras, en la política actual, formulada en nombre de los grupos minoritarios o "subalternos", en algunas formas de feminismo y en lo que hoy se denomina la política del “multiculturalismo". 
En estos últimos casos, la exigencia de reconocimiento se vuelve apremiante debido a los supuestos nexos entre el reconocimiento y la identidad, donde este último término designa algo equivalente a la interpretación que hace una persona de quién es y de sus características definitorias fundamentales como ser humano. La tesis es que nuestra identidad se moldea en parte por el reconocimiento o por la falta de éste; a menudo, también, por el falso reconocimiento de otros, y así, un individuo o un grupo de personas puede sufrir un verdadero daño, una auténtica deformación si la gente o la sociedad que, lo rodean le muestran, como reflejo, un cuadro limitativo, o degradante o despreciable de sí mismo. El falso reconocimiento o la falta de reconocimiento puede causar daño, puede ser una forma de opresión que aprisione a alguien en un modo de ser falso, deformado y reducido. Por ello, algunas feministas han sostenido que las mujeres en las sociedades patriarcales fueron inducidas a adoptar una imagen despectiva de sí mismas. Internalizaron una imagen de su propia inferioridad, de modo que aun cuando se supriman los obstáculos objetivos a su avance, pueden ser incapaces de aprovechar las nuevas oportunidades. Y, por si fuera poco, ellas están condenadas a sufrir el dolor de una pobre autoestima. Se estableció ya un punto análogo en relación con los negros: que la sociedad blanca les proyectó durante generaciones una imagen deprimente de sí mismos, imagen que algunos de ellos no pudieron dejar de adoptar. Según esta idea, su propia autodepreciación se transforma en uno de los instrumentos más poderosos de su propia opresión. Su primera tarea deberá consistir en liberarse de esta identidad impuesta y destructiva. Hace poco tiempo se elaboró un argumento similar en relación con los indios y con los pueblos colonizados en general. Se sostiene que a partir de 1492 los europeos proyectaron una imagen de tales pueblos como inferiores, "incivilizados" y mediante la fuerza de la conquista lograron imponer esta imagen a los conquistados. La figura de Calibán fue evocada para ejemplificar este aplastante retrato del desprecio a los aborígenes del Nuevo Mundo. Dentro de esta perspectiva, el falso reconocimiento no sólo muestra una falta del respeto debido. Puede infligir una herida dolorosa, que causa a sus víctimas un mutilador odio a sí mismas. El reconocimiento debido no sólo es una cortesía que debemos a los demás: es una necesidad humana vital. Para el examen de algunas de las cuestiones que aquí han surgido me gustaría retroceder un poco, tomar cierta perspectiva y empezar por ver cómo este discurso del reconocimiento y de la identidad llegó a parecernos familiar o por lo menos fácil de comprender. Pues no siempre fue así, y nuestros antepasados de hace más de dos siglos nos habrían mirado sin comprender si hubiésemos empleado estos términos en su sentido actual. ¿Cómo empezamos con todo esto? A la mente nos viene el nombre de Hegel, con su célebre dialéctica del amo y del esclavo. Esta es una etapa importante, pero tendremos que remontarnos un poco más allá para ver cómo este pasaje llegó a adquirir su sentido actual. ¿Qué fue lo que cambió para que este modo de hablar tenga sentido para nosotros? Podemos distinguir dos cambios que, en conjunto, hicieron inevitable la moderna preocupación por la identidad y el reconocimiento. El primero fue el desplome de las jerarquías sociales, que solían ser la base del honor. Empleo el término honor en el sentido del antiguo régimen, en que estaba intrínsecamente relacionado con la desigualdad. Para que algunos tuvieran honor en este sentido, era esencial que no todos lo tuvieran. Éste es el sentido en que Montesquieu lo utiliza en su descripción de la monarquía. El honor es, intrínsecamente, cuestión de préférences.5 También es ése el sentido en que empleamos el término cuando hablamos de honrar a alguien otorgándole algún reconocimiento público, por ejemplo, la Orden de Canadá. Sin duda, este premio no valdría nada si mañana decidiéramos dárselo a todo canadiense adulto. Contra este concepto del honor tenemos el moderno concepto de dignidad, que hoy se emplea en un sentido universalista e igualitario cuando hablamos de la inherente "dignidad de los seres humanos" o de la dignidad del ciudadano. La premisa subyacente es que todos la comparten.6 Es obvio que este concepto de la dignidad es el único compatible con una sociedad democrática, y que era inevitable que el antiguo concepto del honor "cayera en desuso. Pero esto también significa que las formas del reconocimiento igualitario han sido esenciales para la cultura democrática. Por ejemplo, que a todos se les llame "señor", “señora" o "señorita" y no que a algunas personas se les llame Lord o Lady y a los demás simplemente por sus apellidos -o, lo que aún es más humillante, por sus nombres de pila- se ha considerado como algo esencial en algunas sociedades democráticas, como Estados Unidos. Más recientemente y por razones similares, Mrs. y Miss se han reducido a Ms. La democracia desembocó en una política de reconocimiento igualitario, que adoptó varias formas con el paso de los años, y que ahora retorna en la forma de exigencia de igualdad de status para las culturas y para los sexos. (…) 

La importancia del reconocimiento es hoy universalmente reconocida en una u otra forma. En un plano íntimo, todos estamos conscientes de cómo la identidad puede ser bien o mal formada en el curso de nuestras relaciones con los otros significantes. En el plano social, contamos con una política ininterrumpida de reconocimiento igualitario. Ambos planos se formaron a partir del creciente ideal de autenticidad, y el reconocimiento desempeña un papel esencial en la cultura que surgió en torno a este ideal. En el nivel íntimo, podemos apreciar hasta qué punto una identidad original necesita ser y de hecho es vulnerable al reconocimiento que le otorgan, o no, los otros significantes. 
No es de sorprender que en la cultura de la autenticidad las relaciones se consideren como los puntos clave del autodescubrimiento y la autoafirmación. Las relaciones amorosas no sólo son importantes debido al acento general que la cultura moderna otorga a la satisfacción de las necesidades ordinarias; también son cruciales porque son los crisoles de una identidad que se genera internamente. En el plano social, la interpretación de que la identidad se constituye en el diálogo abierto, no que se forma por un "guión" social predefinido, ha hecho que la Política del reconocimiento igualitario ocupe un lugar más importante y de mayor peso. En realidad, lo que está en juego, ha aumentado considerablemente. El reconocimiento igualitario no sólo es el modo pertinente a una sociedad democrática sana. Su rechazo puede causar daños a aquellos a quienes se les niega, según una idea moderna muy difundida, como lo indiqué desde el principio. La proyección sobre otro de una imagen inferior o humillante puede en realidad deformar y oprimir hasta el grado en que esa imagen sea internalizada. No sólo el feminismo contemporáneo sino también las, relaciones raciales y las discusiones del multiculturalismo se orientan por la premisa de que no dar este reconocimiento puede constituir una forma de opresión. Podemos discutir si este factor ha sido exagerado, pero es claro que la interpretación de la identidad y de la autenticidad introdujo una nueva dimensión en la política del reconocimiento igualitario, que hoy actúa con algo parecido a su propio concepto de autenticidad, al menos en lo tocante a la denuncia de las deformaciones que causan los demás.

http://www.cultura.gob.pe/concursobpi/sites/default/files/docs/concursobpi.pdf 
 CASO ALEJANDRINA 
 Alejandrina Huarcaya procede del distrito de Huaytará del departamento de Huancavelica y tiene 17 años de edad. Por orientación y consejo de sus padres ella decide viajar a la capital en busca de progreso, educación y trabajo. Su familia ha sido categorizada en el grupo de pobres no extremos según la reconocida encuestadora “Cálculos”. Alejandrina tiene interés de postular a una beca completa que ofrece la Universidad Emprendedora del Perú a ciudadanos de bajos recursos económicos y que se encuentren dentro del rango de edad 16-20 años. Por otro lado, Nina Podelska es ciudadana peruana, descendiente de familia europea por parte del padre. Actualmente, reside en el distrito de Comas con sus padres y hermanos. Ha culminado la secundaria en el colegio Miguel Iglesias N°365. Nina ha sido una alumna destacada durante toda su formación escolar; no obstante sus padres no tienen los suficientes medios económicos para brindarle la educación superior que ella merece. Nina al igual que Alejandrina, decide postular a la beca ofrecida por la universidad emprendedora del Perú. Los documentos y las solicitudes son enviados por las dos postulantes a la Secretaria General de la UEP según el Reglamento Oficial de Postulación Oficial (ROPE). Para culminar con el proceso de admisión y selección, el Vicerrector académico de la universidad debe evaluarlas personalmente en una entrevista. Después de unos días; Alejandrina asiste a la entrevista con el Vicerrector: En el informe final este detalla que no tiene desenvolvimiento para expresarse “correctamente” , que no está en la capacidad para ingresar a la UEP, no cumple con las competencias exigidas por la universidad. Ella es quechuahablante, aunque habla con facilidad el español tiene algunos problemas de vocalización. Finalmente, el Vicerrector concluye su informe y sostiene que Alejandrina tendría muchas dificultades para sobrellevar la vida académica en una universidad de prestigio como la UEP y que no podría sostener relaciones sociales adecuadamente. Por el contrario, Nina obtuvo un resultado que supero sus expectativas: Sus padres, la semana siguiente de la entrevista, recibieron una carta de invitación en la cual decía que su hija había ganado una beca integral. En el informe, El Vicerrector afirmaba que la facilidad de hablar y escribir de manera adecuada el español era un “plus” para su record académico. En adición, por herencia cultural de sus padres. Hablaba perfectamente el idioma polaco. No satisfecho con éste argumento, el evaluador avizoró en Nina un potencial que, en definitiva, no habría visto en Alejandrina: Nina, por su ascendencia, Abriría las puertas de la universidad al mundo y a las relaciones internacionales. Alejandrina acude a la universidad a apelar la decisión del equipo evaluador. No obstante, el Vicerrector se muestra reacio a recibirla y no da marcha atrás en su posición sobre los resultados. Finalmente, él considera que Nina es el tipo de alumna que necesita la UEP para seguir creciendo y, sobre todo, para mantener los estándares exigidos por el Comité Internacional de Acreditación Universitaria (CIAU).

No hay comentarios: